El Cusco tiene magia

Plaza de Armas

Tras una primera impresión del Cusco bastante aterradora, ahora puedo decir que este es uno de los lugares más maravillosos que mis sentidos han tenido el placer de experimentar. El lunes salí a pasear mapa en mano aprovechando el solecito que se colaba entre las densas nubes que flotan permanentemente sobre las cimas andinas que rodean la ciudad. Al poco rato me encontraba sentado en la Plaza de Armas y, sin saber muy bien como, conocí a un joven Cusqueño llamado Rubén. La conversación fluyó y más tarde estabamos tomando café y divagando sobre la vida, el amor y la distancia. Esa misma noche salimos a tomar unas copas y acabamos en un bar llamado Wachuma que estaba abarrotado de argentinos sin plata. Al dia siguiente me recompuse de la resaca y me fuí a visitar el Cristo Blanco, réplica del cristo redentor de Rio, que preside la ciudad desde la punta de un cerro a unos cinco kilómetros de la plaza de armas. La vista desde este lugar es maravillosa y allí conocí al Quechua Máximo Huancaz, que deleitó con canciones de un estilo local llamado huayno a los allí presentes.

Senor Máximo Huancaz

El huayno se toca con una bandurria de 16 cuerdas y otros instrumentos de viento cuyos nombres soy incapaz de recordar. Los Cusqueños le cantan a la Pachamama (madre tierra), al amor, a la vida y a las tristezas.

Niñito y alpaca Pancho

Templo de la luna visto desde la distancia

Tras recuperar el aliento perdido en la subida, decidí dirigirme a un lugar sagrado para los incas llamdo Templo de la Luna, a unos 5 kilómetros del Cristo Blanco. Por el camino me encontré a este simpático niñito que estaba de paseo con su alpaca Pancho. Me pidió una pequeña propina por la foto a lo que accedí de corazón. Tras una hora caminando casi sin aliento, me topé con un hippy americano tumbado en una piedra, descalzo y quemado por el sol. El hombre tenía una voz profunda, casi como si le resonase por toda la caja torácica antes de ser proyectada por una boca que parecía no moverse. Me tumbé a su lado a descansar, compartimos agua, y finalmente me acompañó hasta el Templo de la Luna, santuario incaico de la fertilidad femenina, que podeis observar arriba. La siguiente foto corresponde al interior del templo. Se trata de una gruta pulida en el granito. La mujer que deseaba potenciar su fertilidad debía esperar a que hubiese luna llena, entonces se colocaba sobre el piso y recibía la bendición lunar que se colaba por la ranura superior impregnando el interior de la gruta. A la salida del templo conocí a unos locos chilenos que me invitaron a fumar y con los que compartí el resto de la tarde. En este punto la magia del lugar me había penetrado convirtiendo la experiencia en algo místico. Con mis nuevos amigos emprendí el camino de bajada hacia el barrio de San Blas haciendo un par de paradas en lugares estratégicos para compartir flores mágicas y contemplar la puesta de sol tras los picos andinos en escenas de una belleza abrumadora e imposible de describir aquí. Ahí va una foto que no hace más que dar una vaga idea de lo que estoy hablando.
Debajo una última foto para deleite de la familia, tomada por uno de los chilenos locos.

Los gringos deben quitarse los zapatos para caminar por aquí